No es un trabajo cerrado, porque en nuestra investigación y estudio constante, vamos encontrando nuevos datos que complementan lo editado anteriormente.
Así mismo, estamos abiertos a toda colaboración cultural y de estudio que nos complemente, nos corrija o nos enseñe.
Esperamos que os guste.
LA HISTORIA DEL TEMPLE A TRAVÉS DE SUS GRANDES MAESTRES.
Vamos a desarrollar un recorrido histórico de la Iglesia desde el prisma de los Grandes Maestres de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón.
La Orden del Temple fue una orden medieval de características especiales y únicas, porque aunaba el carácter monacal con el guerrero. De hecho, la estructura de la Orden supuso un cambio sustancial en cuanto a la vida monacal y la vida de los soldados, ya que se correspondían con la Orden Cisterciense, eran su ala guerrera y se les consideró el Ejército de Cristo, por encima de las otras Órdenes: San Juanistas o Teutones, y por supuesto un punto y a parte de la nobleza y caballeresca secular de Tierra Santa, conocida de forma general como los Francos.
Aunque el fundador de la Orden es el que sería su primer Gran Maestro, Hugo de Payens (1070–1136), el auténtico impulsor y creador fue Bernardo de Claraval (1090–1153) monje Cisterciense y el mejor teólogo cristiano de su época, quien consiguió realizar su gran proyecto o sueño: crear un auténtico Ejército de Cristo desde el ámbito guerrero y monacal.
La Orden se llamó al principio Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, pero su nominación cambió poco después añadiéndose Del Tempo de Salomón, al ubicarse en sus inicios en las caballerizas de la zona más amplia del antiguo Templo herodiano, como favor personal del rey de Jerusalén Balduino I, quien permitió instalarse en esa zona privilegiada a los nueve caballeros que se llegaron hasta allí para, en teoría, crear una policía cristiana que defendiera a los peregrinos de los recurrentes ataques sarracenos. De hecho, la principal misión, teórica, de la Orden Templaria era la protección del Santo Sepulcro, lugar paradigmático venerado por las tres religiones del Libro: Judaísmo, Cristianismo e Islám.
Para algunos especialistas como Louis Charpentier, los orígenes de la orden no hay que situarlos en la época de las cruzadas sino más atrás en el tiempo, concretamente en Monte Casino, Italia, donde Benito de Nursia, un ermitaño francés, fundó la orden Benedictina. La Orden se encargaría de recopilar y estudiar lo viejos textos del saber clásico para así en un futuro sacar a occidente del estado lamentable de barbarie en que vivía motivado por las invasiones germánicas. Los monjes de San Benito trabajaban siete horas en los campos, cuatro en distintos oficios y otras cuatro volcados en el estudio y la oración, dentro de una humildad espartana; y así, la Orden del Cister, copiaría esta forma y filosofía de vida, que años después, Bernardo trasladaría a la Orden Templaria.
La Orden del Temple fue una orden medieval de características especiales y únicas, porque aunaba el carácter monacal con el guerrero. De hecho, la estructura de la Orden supuso un cambio sustancial en cuanto a la vida monacal y la vida de los soldados, ya que se correspondían con la Orden Cisterciense, eran su ala guerrera y se les consideró el Ejército de Cristo, por encima de las otras Órdenes: San Juanistas o Teutones, y por supuesto un punto y a parte de la nobleza y caballeresca secular de Tierra Santa, conocida de forma general como los Francos.
Aunque el fundador de la Orden es el que sería su primer Gran Maestro, Hugo de Payens (1070–1136), el auténtico impulsor y creador fue Bernardo de Claraval (1090–1153) monje Cisterciense y el mejor teólogo cristiano de su época, quien consiguió realizar su gran proyecto o sueño: crear un auténtico Ejército de Cristo desde el ámbito guerrero y monacal.
La Orden se llamó al principio Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, pero su nominación cambió poco después añadiéndose Del Tempo de Salomón, al ubicarse en sus inicios en las caballerizas de la zona más amplia del antiguo Templo herodiano, como favor personal del rey de Jerusalén Balduino I, quien permitió instalarse en esa zona privilegiada a los nueve caballeros que se llegaron hasta allí para, en teoría, crear una policía cristiana que defendiera a los peregrinos de los recurrentes ataques sarracenos. De hecho, la principal misión, teórica, de la Orden Templaria era la protección del Santo Sepulcro, lugar paradigmático venerado por las tres religiones del Libro: Judaísmo, Cristianismo e Islám.
Para algunos especialistas como Louis Charpentier, los orígenes de la orden no hay que situarlos en la época de las cruzadas sino más atrás en el tiempo, concretamente en Monte Casino, Italia, donde Benito de Nursia, un ermitaño francés, fundó la orden Benedictina. La Orden se encargaría de recopilar y estudiar lo viejos textos del saber clásico para así en un futuro sacar a occidente del estado lamentable de barbarie en que vivía motivado por las invasiones germánicas. Los monjes de San Benito trabajaban siete horas en los campos, cuatro en distintos oficios y otras cuatro volcados en el estudio y la oración, dentro de una humildad espartana; y así, la Orden del Cister, copiaría esta forma y filosofía de vida, que años después, Bernardo trasladaría a la Orden Templaria.
A la orden benedictina se uniría el saber celta de la mano de monjes-druidas como Pelagio, San Colombano o San Malaquias procedentes de Irlanda la mayor parte. Hay una antiquísima tradición de la Iglesia que dice que José de Arimatea viajó hasta Britania (hoy Islas Británicas) y fundó una comunidad cristiana, posiblemente la más antigua . Este viaje de José de Arimatea en el siglo I no es una quimera, porque se conoce históricamente que Britania, antes de los romanos y la civilización de la isla, era un centro comercial y minero importantísimo para los comerciantes mediterráneos. A este tipo de cristianismo, anejo a Roma, pero con sus particularidades (de hecho, la filosofía de la vida monacal o la penitencia privada nacieron en estos lares) se une la cultura local creando un sincretismo religioso: comunidades cristiano-célticas.
De este proceso sincrético, de la filosofía clásica y estudiosa, así como la cultura hebrea y oriental, sobre todo el sufí, desembocó en la propia filosofía de San Bernardo y su sueño de crear la milicia sagrada.
San Bernardo no sólo quería configurar el Ejército de Cristo, sino que pretendía, a través de un ecumenismo religioso y, sobre todo cultural, unificar las tres grandes teologías: cristiana, hebrea y sufí. Es claro que los 9 primeros caballeros tenían como misión una búsqueda; de ahí su ubicación (¿forzada?) en el Templo herodiano.
De hecho, aunque para muchos los templarios no eran más que unos guerreros fanáticos que contribuían a mantener el status quo de la época, es decir el feudalismo y las injusticias que ese sistema conllevaba, lo cierto e indiscutible es que estos caballeros contribuyeron al desarrollo del comercio, de la agricultura y de la artesanía. En su época también floreció el arte, cuya expresión más sobresaliente fue el gótico; que es, con toda seguridad, una trasmisión arquitectónica y de ingeniería procedente de Oriente, del Islám. Así como el florecimiento de una nueva forma social: los gremios, impulsados y protegidos desde las encomendáis templarias.